REPORTAJE A SENADOR ERNESTO SANZ
Titular de la Unión Cívica Radical, dice que hoy el partido está fortalecido. Admite que le gustaría ser candidato presidencial y piensa que la fórmula opositora la deberían integrar un radical y un socialista. Dice que a Elisa Carrió le cuesta compartir espacios y advierte que Soldati mostró la Argentina de la exclusión y la marginalidad. Por Magdalena Ruiz Guiñazú. Diario Perfil
Como todo el mundo político sabe, el partido radical ya se prepara para una interna presidencial que incluya a los tres dirigentes mejor posicionados para competir en 2011.
Muy temprano, apenas terminado nuestro programa de radio, disfrutamos de los minutos libres de un hombre ocupado, preocupado (¿por qué no?) y actualmente jefe de un partido centenario como es la UCR.
—Como presidente del partido, explica el senador Ernesto Sanz, me encuentro hoy en un rol en el que me siento muy cómodo y, al mismo tiempo, orgulloso de ser jefe de un partido que, en el escenario de los últimos tres años, es fruto de la supervivencia a la que estábamos sometidos como partido político por ser un momento de una crisis muy profunda. Tuvimos que ir a buscar un candidato a presidente fuera del Partido (como lo fue Roberto Lavagna) precisamente porque la UCR estaba pasando por una verdadera crisis. Hoy, tres años después, que en la crónica periodística se hable de la cantidad de candidatos que tiene el radicalismo para la presidencia de la Nación o de las disputas internas entre candidaturas, personas o programas, a mí me parece un dato al que miro con la óptica del vaso medio lleno y no del vaso medio vacío. Yo considero que uno de los deberes más importantes que tiene la política en la Argentina es el de fortalecer justamente el sistema de los partidos políticos. Y le estoy hablando desde un partido que, el año que viene, cumplirá 125 años. Que tiene un volumen territorial que abarca a todo el país y que, además, posee un desarrollo importante en cada rincón de nuestro territorio. Fíjese que, el año que viene, vamos a presentar candidatos a gobernadores en todos los distritos; para intendentes también en todos los pueblos y, además, a esto le pone la frutilla del postre el hecho de tener varias opciones para la presidencia de la Nación.
—Opciones que van a complementarse cómo?
—Bueno, con los otros aliados. Me refiero al Partido Socialista y al GEN. Y si usted pone sobre la mesa todas estas cuestiones, advertirá que el nuestro es un partido que ha recuperado su vocación de Poder. Un partido que se prepara para construir una alternativa.
—¿Por ejemplo?
—Yo diría que la definición con respecto a las personas es lo de menos. Eso va a ocurrir el año que viene.
—Vamos, senador, pero esa es modestia suya. No es lo mismo el senador Sanz que el vicepresidente Cobos.
—Yo todavía, en lo personal, no tengo decidido cuál va a ser mi destino. Probablemente, en los primeros meses del año resuelva. Y digo, probablemente, porque hoy mi deseo y la voluntad de mucha gente también van dirigidos a esto; que yo resuelva competir internamente en mi partido por la candidatura a presidente. Pero, en realidad, lo que estoy tratando de ofrecer es una alternativa que mejore la competitividad electoral del radicalismo. Ricardo Alfonsín tiene muchísimas virtudes y representa a un segmento del partido y de la sociedad. El mismo caso es el de Julio Cobos, y yo puedo ayudar a mejorar esa competitividad. Y si, finalmente, entre los tres podemos sumar a la fuerza del partido… en buena hora. No lo digo por falsa modestia. Simplemente, me expreso con los pies sobre la tierra pensando que, probablemente, ninguno de los tres candidatos logre concitar el interés del conjunto del total. La sumatoria hace a la competitividad.
—Con los pies sobre la tierra es fuerte la fórmula Sanz-Alfonsín… O también Alfonsín-Sanz.
El senador suspira, sonríe y respira hondo
—En este momento de la conversación, lo que yo tengo que hacer es callarme la boca y aceptar ese dato que usted me plantea. En definitiva, si ese es el camino final, nos vamos a sentir muy orgullosos de poder representar una alternativa. Mire, la gran obligación de la dirigencia política no kirchnerista es construir una alternativa confiable. Es tratar de sacarle a la sociedad argentina el escenario de los miedos en el que hoy se debate. Muchos miedos: a la inseguridad, a la inflación, a la inserción internacional. Lo que hay que hacer aquí es transformar estos miedos en confianza. Y le digo más: la fuerza política o los dirigentes que logren captar (en una sociedad) confianza que signifique poner una bisagra a estos 27 años de una democracia muy precaria. Esos candidatos o ese partido van a tener la clave de la Argentina que viene. Nosotros pretendemos protagonizar eso.
—Bueno, y como dicen los analistas, “aquí y ahora”, ¿cuál es la forma que le surge en este desayuno que estamos compartiendo?
—A ver… sin nombres, claro, porque, repito, no estoy en condiciones de dar nombres.
—¿Entonces?
—Entonces: un radical y un socialista como vicepresidente.
—Pero como yo no tengo ningún pedido de confidencialidad voy a ser indiscreta: hay mucha gente a la que le gustaría también la fórmula Sanz-Binner.
El senador se ríe, estira los brazos, suspira.
—En este reportaje arranqué diciendo que lo hacía como presidente del partido y quiero seguir siéndolo hasta el último minuto. Si hay mucha gente que piensa eso, bienvenida. Hay otra, en cambio, que supone que podría ser Alfonsín-Binner o Cobos-Binner, lo cual también tiene su dosis de realidad y esto hay que respetarlo. Creo que el socialismo y el GEN están aportando, desde sus respectivas fortalezas, a una construcción colectiva. Sobre todo el GEN en la provincia de Buenos Aires. Margarita (Stolbizer) es un baluarte. La adoro, la quiero mucho. Sentí mucho (y sigo lamentándolo hasta el día de hoy) que se haya ido del partido, pero también reconozco que ella tuvo sus razones para construir por fuera del radicalismo. No le ha ido mal y no lo veo como un disvalor para mi partido. Al contrario. Ella suma. Y en cuanto al socialismo, es un partido que, además de compartir cien años de historia con nosotros, está haciendo buena gestión. Últimamente, el socialismo le ha dado, junto con el radicalismo, la impronta a la gestión de Santa Fe. Me refiero al Frente Progresista, y tiene figuras como la de Binner, como Rubén Giustiniani, como Miguel Lifchitz, que son hombres de primerísimo nivel en la política argentina. Yo creo que si nosotros somos capaces de dejar de lado cuestiones secundarias, menores, y construir aquello de lo que le hablé antes: otorgar certezas, confianza, un proyecto alternativo, bueno, la elección del año que viene va a tener buenos resultados para nosotros.
—¿Cómo ve la posición de la Coalición Cívica, de la doctora Carrió?
—Mire, nosotros hicimos muchos esfuerzos para construir en conjunto y se lo puedo asegurar. Y me consta que los esfuerzos también han sido fruto del trabajo de los laderos de Lilita.
—La palabra es exacta: “laderos”. No, ella.
—No voy a dar nombres para no generar una interna, pero me consta porque tengo muchos amigos allí, que han trabajado mucho en este sentido. Sin embargo, nos queda el sabor amargo de que el gran problema es que Lilita quería conducir al conjunto de partidos políticos opositores. Y el radicalismo es un partido que pudo haber estado en condiciones de ser conducido desde afuera en alguna época de crisis. Pero ahora, recuperado, con volumen, con organización, con mucha vocación de poder recuperar fuerzas y con una generación como la mía que se ha hecho cargo de la conducción, el liderazgo tiene que venir desde adentro del radicalismo. Sin embargo, nosotros no queríamos tampoco conducir al conjunto de la oposición. Queremos compartirlo. Y creo que a Lilita le cuesta compartir espacios. Lo lamento, aunque creo que siempre hay cinco minutos para la reflexión en un país donde la sociedad nos está reclamando gestos de grandeza para construir en conjunto.
—Y, en este momento senador, cuando usted dice “la sociedad”…bueno, tenemos un panorama casi aterrador… es un fin de año que no esperábamos. Un fin de año con “tomas”, por ejemplo, algo inconcebible en una sociedad que se rige por el Estado de Derecho.
—El episodio de Villa Soldati –retoma Sanz– o la sumatoria de todas las tomas que aún están ocurriendo en este momento. Se frenó lo de Soldati, pero, ¿y las otras que han aparecido? Esto está mostrando la cara de lo peor de la Argentina. Una Argentina que no solamente es la cara de la marginalidad o la exclusión. Hay mucha marginalidad y exclusión que no “ocupan”, que no realizan “tomas” violentas; que no tienen revólveres en la mano; que no extorsionan ni son xenófobos. Pero, cuando se suman todos esos factores y además el factor de la droga, observamos que hay un panorama en la Argentina que incluye al narcotráfico. La presencia de los narcos en los asentamientos marginales ha dado vuelta el mapa. Incluso, los propios liderazgos sociales. Fíjese que un dirigente radical de la zona sur de la Capital Federal, me decía: “Ahora se sorprenden ustedes (hablando de la sociedad en general) de la existencia de bandas de narcos, bandas de barrabravas y de todo este tipo de liderazgos negativos. Hace diez años que la política dejó de ejercer liderazgo en todos esos asentamientos. Era un liderazgo clientelar. De acuerdo. Pero era un liderazgo que disciplinaba pacíficamente. Que “ordenaba” pacíficamente. Desde hace diez años, el mapa social de todos esos lugares ha ido mutando y hoy todos son liderazgos negativos. Provienen de la droga, del delito, de la extorsión.
—Y de la pobreza.
—Y de la utilización asquerosa e indignante de la pobreza. Si a todo esto le sumamos que el Gobierno nacional contesta a esta realidad con un discurso progresista, con una vociferación progresista (pero que tiene poco de progresista) bueno… estamos en un cóctel explosivo.
—Seamos francos: el día jueves y parte del viernes nos encontramos con que Macri dice que no va a conversar y la Presidenta contesta que ella tampoco. La Capital se convirtió en una tierra de nadie y nosotros, los ciudadanos, quedamos en una situación anómala y aterradora.
—Sí, porque fue también el epicentro de una crisis política profunda. Cuando, en vez de hacerse cargo de la situación, la política se retrae, pone entonces sobre la mesa las mezquindades y las diferencias. Y pasó lo que pasó. Gracias a Dios, creo que esa misma dirigencia política, fruto del cachetazo que le pegaron la sociedad y la realidad, cinco días más tarde tuvo que deponer sus actitudes extremas y se sentaron a una mesa a conversar.Convinieron algo que, por primera vez en la Argentina, puede transformarse en un ejemplo institucional que significa haber decidido que en cualquier lugar del país, la ocupación ilegal de una tierra o de un espacio público, es un delito. Haber decidido que, frente a este hecho delictivo, el Estado no puede premiar ni apoyar ni ayudar. Tiene que disciplinar. Y fue tan fuerte (y deseo hacer hincapié en esto como un valor) que cinco horas más tarde la gente entendió el mensaje. Entendió que la política había tomado esa decisión y desalojó el parque Indoamericano. Y los mismos punteros. Este famoso Salvatierra, puntero de los K, que había sido el generador de la ocupación, llegó (después del acuerdo entre el Gobierno nacional y el Gobierno de la Ciudad) hasta el Parque y notificó a todos de que la política había decidido que aquello era un delito: “Muchachos, vámonos. Si no, van a venir a desalojarnos…” Fíjese qué fuerte el episodio. Si uno lo traslada (y quizás soy un poco utópico) a una mesa de discusión, además de definir qué es una ocupación ilegal, si pudiéramos definir ocho o diez grandes temas, esto serviría de ejemplo al ciudadano común. Tenemos el tema de los piquetes, la ocupación de las calles, los cortes de rutas. Si pudiéramos definir estos temas, la Argentina daría un giro muy grande hacia lo que es un país serio.
—Desgraciadamente, algunos confunden “orden” con “represión”. Son dos cosas absolutamente diferentes.
—Y esto es así porque, en los últimos años, se ha bastardeado el discurso del orden democrático. El orden democrático es, precisamente, el orden nacido del respeto a la ley y del respeto de los derechos de unos y otros. El orden democrático es el que hace que cada argentino que viaja al exterior y regresa, vuelve maravillado porque en los países del primer mundo lo que más llama la atención es el respeto mutuo por los derechos del otro. El respeto por los espacios públicos. Y me pregunto: ¿tan difícil es, en la Argentina, debatir acerca de cuál es el marco del orden democrático? El orden democrático no es autoritario. No es un orden represor ni ilegal. No es un orden para un tirano, para un dictador. El orden democrático es el orden que la sociedad se impone a sí misma, y lo que deben hacer los gobernantes es administrarla. Nada más.
—No puede ser que el martes y el miércoles las calles de la capital Federal fueron cortadas por distintos grupos y la Policía (presente) en vez de liberar la mitad de los carriles, dejaba pasar un solo coche por vez. Los que trabajamos en el centro nos encontramos sumidos (más allá del terrible calor) en la imposibilidad de circular, salvo que lo hiciéramos caminando.
—Mire, en mi provincia, la Ruta Panamericana internacional que une Mendoza con Chile y al Mercosur con Chile, y por la cual transitan 1.500 camiones por día, ha estado durante toda la semana pasada con graves problemas que han provocado pérdidas económicas enormes y esto ocurrió porque un grupo de ex trabajadores de YPF, que tiene una deuda con el gobierno, cortó la ruta. Es decir que pusieron un obstáculo al comercio del Mercosur. Y esto ocurre porque hay una permisividad hipócrita del poder, que confunde el orden democrático con el orden represivo.
Mire, voy a darle un ejemplo concreto: este miércoles, hubo sesión en el Senado de la Nación. Teníamos muchos temas pero, obviamente, se tocó el tema de Villa Soldati y se produjo un profundo debate. Lo escuché con atención a Miguel Pichetto, cuando cerró el discurso como Presidente del Bloque oficialista. Pichetto hizo una defensa irrestricta de la decisión de 2003, de Néstor Kirchner, de no generar ningun hecho de represión ni criminalizar la protesta. Pero, fíjese usted sobre qué fundamentos (y aquí me parece que está lo peligroso de la cuestión) lo hizo: argumentó que las fuerzas de seguridad (que son la herramienta de cualquier gobierno para generar autoridad y orden) tienen un componente autoritario que se arrastra desde las épocas del Proceso y esto es lo que le ocurrió a Duhalde en la época de Kosteki y Santillán. Ahora bien, yo digo: si un gobierno se refugia en esa debilidad que yo comparto (es posible que haya que trabajar mucho sobre las fuerzas de seguridad respecto a esa mentalidad represora) si se refugia en eso, repito, y no hace nada por cambiar la mentalidad de esas fuerzas… bueno, ¿recién ahora se le ocurre al Gobierno poner a la doctora Garré al frente de un ministerio y comenzar a analizar la conducta de la Policía? ¿Después de ocho años? Me parece que aquí aparece mucha improvisación: no ha habido una política de seguridad. Convengamos que la palabra “seguridad”, para el gobierno de los Kirchner (ambos), ha sido una palabra ausente como política de Estado. Y todos somos conscientes de que la inseguridad tiene un alto componente de desigualdad social. La marginalidad, la inclusión, la pobreza. Todas estas cosas tienen un componente. Ahora bien, el Gobierno se dedicó a ese aspecto del tema y olvidó lo que significa la exteriorización delictiva, que ya no es un problema de la pobreza, sino que hay bandas que se dedican a delinquir; hay profesionalismo en estas cuestiones y el Estado no puede carecer de respuesta para esto.Si, al mismo tiempo, hay asignaturas pendientes graves como la pobreza, la inflación y advertimos que hay un clima social de intemperancia, generado por el propio modelo del Gobierno, estos temas tendrán que ser centrales en el debate público, tanto hoy como el año que viene.